Es media mañana del primer viernes de octubre de 2019. Carme Jordà, psicoterapeuta que hace 37 años fundó La Fageda junto a su marido Cristóbal Colón, se reúne con tres compañeros del Centro Especial de Empleo. Han quedado para hablar de trabajo. O, mejor dicho, de cómo el trabajo puede ayudar a las personas con trastornos mentales a rehacer su vida.
Son las voces que protagonizan esta conversación que hoy publicamos en nuestro blog con motivo del Día Mundial de la Salud Mental.
Marc, Anna y Amadeus (este último, nombre ficticio escogido por él) llegaron a La Fageda después de pasar unos cuantos malos ratos. Lo explican abiertamente en la conversación con Carme. Charlan, comentan e, incluso, hacen broma. Son conscientes de que la ansiedad, que todos hemos vivido, un día los arrolló. Saben que les va bien cuidarse, conocerse y dejarse acompañar. La experiencia les dice que trabajar en un ambiente confiable, donde puedan mostrarse tal y como son, ha sido clave para sentirse mejor.
Carme lo resume así: «Pienso que el trabajo es bueno para todos: te ayuda a vivir, a sentir que formas parte de la sociedad y a crecer. En el caso de las personas con trastorno mental, creo que es un puntal. No quiero decir que sea el único, porque cada uno debe encontrar lo que le hace bien, pero la experiencia me dice que el trabajo es una de las herramientas más rehabilitadoras«.
Pero ¿cómo debe ser, este trabajo? «Debe ser real«, remarca Carme. «Los puestos de trabajo de La Fageda tienen repercusión en el mercado y reconocimiento público. Esto ayuda de manera muy importante a la autoestima. Además, un trabajo también significa un sueldo y, por lo tanto, una puerta de entrada a sostenerse, a hacer actividades de ocio… y a ser visto por la familia de otra manera«.
En un Centro Especial de Trabajo como el de La Fageda hay psicólogas, trabajadoras sociales y monitores junto a personas con discapacidad intelectual y otras que sufren trastornos mentales, como es el caso de los tres protagonistas de esta conversación.
Marc
Tiene 39 años y llegó a La Fageda hace 11, después de que el trastorno esquizofrénico que le daba la lata desde el instituto lo llevara a un ingreso en un hospital psiquiátrico. Tras varios intentos de continuar con los estudios, su padre lo animó a trabajar en La Fageda y Marc pensó que sería una buena oportunidad. Habla varios idiomas y su jornada laboral es de cinco horas porque así lo ha elegido.
—¿Te acuerdas de la primera entrevista?—le pregunta Carme.
—Sí, ¡hacías un montón de preguntas!—responde él. Se ríen a carcajadas—. Me preguntaste si tenía ganas de trabajar…
—Era la pregunta esencial. Si la respuesta era que sí, sabíamos que afrontaríamos todo lo que viniera—explica ella.
Marc recuerda que, a raíz de la medicación y de la vida sedentaria, antes del ingreso en el hospital psiquiátrico engordó 30 kilos en un mes, debido al «olanzapine de los cojones«.
—De los 22 a los 28 años me pasaba el día durmiendo. No podía estar con gente, pensaba que me atacaban. Venir aquí fue una oportunidad para empezar de nuevo, tener una rutina diaria y unas obligaciones. También hice amigos: con algunos, salgo cada fin de semana.
Le preguntamos qué destacaría, por encima de todo, de trabajar en La Fageda.
—La afectividad—expresa, convencido—. Compartir espacio con la gente. Antes, tenía la afectividad muy plana, ahora me puedo relacionar mejor con los compañeros.
Carme interviene:
—La relación con los demás es uno de los beneficios del trabajo, compartir, perseguir objetivos comunes, poder comunicarse, darse a conocer… Todo esto produce dos cosas: que los propios problemas se hagan más pequeños y no ocupen tanto espacio en la percepción de uno mismo y, a su vez, alimenta aquellos aspectos que nos dan vida, la ilusión, la esperanza, las expectativas… El hecho de trabajar permite, fundamentalmente, que aquellos aspectos con más carencias de la persona ocupen solo un espacio en la identidad personal. Y que el otro espacio quede libre y, en él, uno pueda ser un magnífico trabajador, un granjero, un jardinero, con todos los beneficios que ello conlleva.
—Efectivamente—salta Amadeus, que trabaja con Marc en la fábrica de lácteos.
Amadeus
Tiene 23 años. Hace alrededor de un año y medio se sentía frustrado porque el síndrome de Asperger que intentaba disimular, «el más leve de estos síndromes«, dice, le hacía difícil estudiar un ciclo formativo de grado superior de informática.
Saber que La Fageda también acompaña a las personas para que puedan dar el paso de trabajar en la empresa ordinaria fue uno de los motivos para decidirse.
A pesar de que se muestra muy exigente consigo mismo, tiene claro qué ha cambiado:
—Yo no salía mucho … ahora salgo un poco más. Y me siento un poco más útil. Antes pensaba que no servía para nada. Ahora veo que sirvo para algunas cosas. En la fábrica de lácteos, me gustan los trabajos que, tal vez, sean peores, como tirar la basura o limpiar el suelo. Me gustan porque puedo hablar con los compañeros sin que los monitores me pidan que esté por la labor.
—Amadeus antes era muy tímido y hablaba muy poco; ahora recupera el tiempo perdido—comenta Carme, sonriendo.
—Sí, sí—ratifica Marc.
Anna
Quien ahora también habla más, es Anna.
Tiene 29 años y hace dos y medio que trabaja en la cocina-comedor de La Fageda.
—Era muy callada y la psicóloga del hospital psiquiátrico me dijo que tenía que sacar cosas de dentro de mí. Aquí soy otra, soy diferente. Si hay algo que veo que no sé cómo acabar de hacer… con la encargada o la monitora tengo confianza. Me comprenden. Si hay algo que me agobia… me dicen que hago bien en decírselo. Esto me hace sentir muy bien.
Para Carme, este es un punto clave.
—Cuando hay un ambiente confiable, la persona se permite más ser ella misma: no tiene tanto miedo de lo que siente y de lo que le pasa, con lo bueno y con las cosas que le cuestan. De alguna manera, se legitima, y a partir de ahí puede crecer—dice la cofundadora de La Fageda.
En el caso de Anna, un trastorno alimentario le abrió la puerta para conocerse mejor. El trabajo también la ayuda a encontrar respuestas, así como la terapia grupal a la que asiste en un centro de día de salud mental. Desde hace unas semanas, ha podido volver a vivir sola.
—Es que yo antes había probado de vivir sola, pero tuve que volver a casa de los padres. Y ver que ahora lo consigo… me siento liberada, más valiente y super bien—detalla.—Ahora, cuando voy por la calle, me siento bien, y cuando veo a un compañero de trabajo triste, me sale de dentro hacerle una caricia.
Anna, ahora, puede ayudarse y puede ayudar.
Para cerrar la conversación, preguntamos a Carme cómo ha evolucionado su mirada respecto al poder terapéutico del trabajo en estos 37 años: «No dejo de sorprenderme de lo que podemos aprender los unos de los otros. Miro a las personas sabiendo que, en nuestro mundo interior, todos tenemos lo mismo, ilusiones, expectativas, angustia y maneras de canalizarlas. Lo que cambia es la intensidad. Y he confirmado que me gusta mucho trabajar con las personas. Sentir cómo, juntos, salimos adelante«.
Roser Reyner – Periodista y guía de La Fageda