Joan, el día de la entrevista, enseñando un dibujo de una vaca.
Habla con voz suave y arrastrada, y se mueve despacio, con la inestimable compañía de la carpeta donde guarda las pinturas y dibujos que crea insaciablemente. Ha llegado a exponer en el Centre d’Arts Santa Mònica de Barcelona.
Ya hace unos días que nos citamos para la entrevista, pero no se encontraba bien. Hoy sí.
—Quería quedarme en casa pintando… Suerte que he venido para la entrevista… Me ha gustado.
¿Te gusta que te entrevisten?
—Te lo he podido explicar bastante bien (…) Pero… No sé si he hecho bien… Me estoy acordando de que te he explicado todo aquello de mi época de estudiante.
Te lo pasaré para que te lo leas y cambias lo que quieras.
—No, no… Te dejaré hacer. Aquello… Supe dejarlo. Y ya está. ¿Lo traducirás?
Al castellano.
Estudiante de Filosofía
Pronto hará 21 años que Joan Vila llegó a La Fageda. Fue después de pasar unas épocas complicadas: las que precedieron y siguieron a un diagnóstico de esquizofrenia paranoide en época universitaria.
—Dibujaba desde pequeño, es vocacional. Aprendí copiando láminas. El maestro me dio una lámina de un pájaro para que lo dibujara con carboncillo. Y le gustó mucho. Pero también sacaba muy buenas notas en la asignatura de Historia, y acabé estudiando primero Derecho, que lo dejé, y luego Filosofía, rama de Historia del Arte, en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Joan, de pequeño, en Sant Jaume de Llierca.
El primer curso de Filosofía le fue bastante bien. Después, la cosa fue cambiando.
—La marihuana me adormecía. No iba a las clases. Y eso no era demasiado bueno. Fue un detonante. Después… Muchos factores.
La medicación siempre le ha preocupado. Le molesta sentirse adormilado. Los fines de semana queda con un amigo de La Fageda y comparten inquietudes sobre los fármacos que tienen prescritos.
—Para aguantar la medicación antipsicótica… Hay que tener mucha fortaleza. Pero tienes que dar el primer paso, y salir a caminar, y no beber, ni otras cosas.
Después del diagnóstico, y ya con la medicación y el seguimiento psiquiátrico, Joan regresó de Barcelona a La Garrotxa y le costó encontrar trabajo. Lo probó en empresas ordinarias, donde explica que, o no salió bien, o no tuvo oportunidades, y también estuvo ayudando a su padre.
—La enfermedad… Está muy estigmatizada, en los trabajos.
Finalmente, pasó a ser atendido en centros de día de Olot.
Artista vocacional
Todo ello mientras continuaba, insaciable, pintando y dibujando en el estudio que montaron en la casa donde vive con sus padres, en Sant Jaume de Llierca.
—Tengo la casa llena de dibujos que guardo bien. Un día podré hacer una exposición como Dios manda: como un artista singular, uno que ha sabido vender y al que no han incapacitado por enfermedad.
¿Cómo ha ido evolucionando tu manera de dibujar y de pintar, todos estos años?
—(…) Me cuesta librarme del arte bruto.
¿Qué significa, arte bruto?
—El arte que hacen los enfermos. Sin red, digo yo. No tienes que pensar qué dibujarás: ¡Ponte a dibujar, que es como una terapia y te va bien! Algo saldrá. Y, al ir haciéndolo… Vas volviendo a coger el ritmo. Puede que estés tomando neurolépticos y estés dormido… Pero si no empiezas, no harás nada.
¿Y el contenido de las pinturas, qué expresa?
—Utilizo estereotipos. Ahora dibujo gallos.
Joan me enseña un montón de láminas de color negro, pintadas con rotuladores, con unos dibujos alucinantes protagonizados por gallos. Acabamos de cruzar el ecuador del mes de mayo y todas las láminas están fechadas de las últimas semanas.
—O, por ejemplo, tengo un personaje que está como medio loco, y lo dibujo con crestas. También tengo algún personaje femenino. Después… Algún payaso… O… Me gusta copiar obras de Goya. Para mí, es el mejor. Su expresividad, sus rostros descompuestos, su manera de retratar la pobreza, su época negra…
Las láminas con dibujos de gallos que Joan ha pintado recientemente.
¿Alguna otra influencia?
—Me gustan los expresionistas alemanes. Y mi psiquiatra me influyó, porque a él le gustaba mucho Joan Ponç, del grupo Dau al Set, un pintor surrealista que pintaba interiores de personajes, de caras… Lo llenaba todo. Y no es que yo lo copiara, pero pinté de manera semejante.
Entonces, para ti, ¿la pintura es terapéutica?
—Sí, es terapia. Si no me gustaran los yogures, no vendría a trabajar aquí. Pero… Si no me gustaran los dibujos, ¡no haría ninguno!
¿Y la música?
—Me gusta mucho.
¿Alguna en especial?
—Rollings. La clásica también me gusta.
¿Y el jazz? Hiciste un cómic de jazz, ¿verdad?
—Sí, dos.
Trabajador de La Fageda
En cuanto a los yogures, Joan trabajó muchos años en la fábrica de La Fageda después de hacerlo casi una década en nuestra sección de Jardinería. Actualmente, forma parte del Servicio de Terapia Ocupacional, donde las personas en situación de vulnerabilidad realizan actividades que les son saludables y donde pueden sentirse útiles con un mayor acompañamiento.
—Conocía La Fageda porque ya había venido a verla alguna vez con las monitoras del centro de día de Olot.
¿Qué te gustó más del trabajo de jardinero?
—Formé parte de la segunda brigada que montó el monitor, David, con el que hice mucha amistad. Y tenía compañeros bastante buenos. Ramon, que ahora somos muy amigos. El Henares, que después se fue de La Fageda, o Sanchis, que cada mañana me hacía una especie de chiste: ‘Mientras te levantes por la mañana y vengas, ya es suficiente, Joan’. Y a mí, me animaba que me dijera eso.
Joan, abajo en el centro, con la brigada de Jardinería en 2007.
¿Y de la fábrica, que nos puedes contar?
—Estuve trabajando allí 7 u 8 años, con Tere de monitora. Tere me gustaba. Estaba sobre todo en Pacs.
En Pacs, los yogures se envuelven con cartón y luego se colocan dentro de cajas antes de montar los palés.
—También era un trabajo físico y es importante moverse. Dicen que los enfermos somos unos vagos, pero a veces nos dan una medicación tan fuerte que nos cuesta movernos—sigue.
En la fábrica, en uno de los fotogramas del documental Utopía Yogur, sobre el proyecto de La Fageda.
¿Y ahora, cómo es tu día a día?
—Por la mañana, estoy en la tienda [El Rebost de La Fageda] una hora y media. Dibujo las vacas. Vamos a dar paseos. Debería hacer más actividad física, pero me cuesta mucho.
La Fageda
Cuando le pregunto por algún buen recuerdo fruto de tantos años en La Fageda, Joan salta inmediatamente:
—¡Los fideos de la asamblea! Me gustan mucho.
Cada año hacemos al menos una asamblea y es tradición amenizarla con una buena fideuá.
—Hemos hecho buenas fiestas y muy bonitas—continúa.
En nuestra conversación no pueden faltar las preguntas clásicas que hacemos cuando entrevistamos a las personas que forman parte del proyecto: Cómo definirías La Fageda… Y cuál es tu producto favorito.
—La Fageda es un lugar muy adecuado para que hubiera muchas más. Un lugar para que podamos trabajar quienes hemos tenido o tenemos enfermedad mental… O que intentamos rehabilitarnos.
Ha crecido…
—Sí, ha crecido mucho. Antes no había tantos edificios. Y tenemos que mantener lo de los yogures. Y… Podríamos montar talleres de rehabilitación artística.
Y, sobre el producto favorito…
—La crema de chocolate, el helado de café, la crema, el flan… ¡Dicen que el flan pasa como el agua!
Estoy de acuerdo.
En la asamblea de 2011.
Final
Joan, durante la pandemia, hiciste una exposición en el Hospital de Olot, ¿verdad?
—Sí.
¿Y tienes programada alguna otra?
—Tenía que llamar a la chica de la Biblioteca de Olot pero aún no lo he hecho…
(…)
¿Quieres decir algo más?
—Tenemos que intentar que la empresa salga adelante, mantener el trabajo físico y creativo, e intentar que los enfermos podamos crear, y no sólo los directivos o los monitores. Los enfermos también somos creativos y podemos influir o determinar cosas de la empresa.
Totalmente. Como dice Cristóbal [fundador de La Fageda], la locura está en todas partes, lo que ocurre es que unos la disimulan mejor que otros.
—Voy a fumarme un cigarrillo. Gracias por hacerme la entrevista. Hemos explicado muchas cosas.
Roser Reyner, periodista y guía de La Fageda.